La noche de los cazadores
Relato de Alejandro Nahuel Sabransky
Alejandro Sabransky
Arsénica (2016)
Editorial Dunken
ISBN 9789870289852
Elevo mi vista hacia el firmamento y contemplo las incontables estrellas que navegan en su infinita negrura. Busco alguna señal, el favor de un presagio, pero el cielo sólo me devuelve una burlona sonrisa de luna. A mi alrededor, los árboles se mecen lentamente, como bajo el influjo de una música que no alcanzo a escuchar. El aire está quieto, ninguna brisa los anima.
Doy un profundo respiro, llenando mi pecho con los aromas del bosque. Y creo percibir algo más, flotando como un espectro oculto entre el perfume de la arboleda y la tierra húmeda. Un sutil hedor que, si bien no alcanzo a reconocer, inquieta mi espíritu con algún atávico recuerdo sumergido bajo las aguas de los tiempos. Las criaturas de la noche han callado, y un rumor tenue y acompasado parece brotar del corazón de la Tierra. Repentinamente, siento que mil ojos me observan.
Aunque el miedo intenta hincar sus dientes en mi ser, he aprendido lo que hay que saber. He danzado hasta caer exhausto durante las Tres Noches de los Iniciados. He bebido el Licor Negro que permite escuchar las revelaciones susurradas por las almas que aún vagan en las llanuras. He dormido sobre los Túmulos de la Locura, y mi cordura ha soportado las horrorosas pesadillas que vomitan sobre los osados. He aprendido el lenguaje de los Antiguos Cantares, alcanzando así la arcana sabiduría contenida en sus versos. Mi lanza ha sido bendecida por Vieja Madre, y ya ha probado el sabor de la sangre de seres que jamás deberían haber existido. La Noche de los Cazadores ha llegado, y estoy preparado para enfrentar a la Devoradora.
Me despojo de mis ropas y observo mi cuerpo desnudo. He trazado los Símbolos que cubren mi piel con sangre de loba virgen, tal y como me fue enseñado. Tomo mi lanza y me interno en el bosque, sintiéndome como un ciervo que sale a buscar la fiera a su propia madriguera. Casi sin darme cuenta he comenzado a recitar las Palabras, mas escucho mi propia voz ajena y distante. Tras unos momentos de marcha, finalmente la veo. Y aunque creí estar preparado para el encuentro, el horror súbitamente paraliza mi cuerpo.
Aunque la visión es aún inconsistente y fantasmal, la luz de la Luna parece cambiar sus matices para permitirme ver a la Devoradora. Está agazapada contra el robusto tronco de un pino marchito, engullendo bestialmente un cuerpo humano. Con salvajismo arranca y mastica trozos de su presa, ya sin brazos y sin cabeza. Puedo ver sus pechos ensangrentados, y comprendo que su víctima ha sido una mujer. El miedo y el asco enmudecen mi garganta. Temo que la visión se desvanezca de un momento a otro. Con gran esfuerzo comienzo a pronunciar las Palabras nuevamente, y elevo mi lanza por sobre mi hombro, aguardando a que su carne se haga carne en esta Tierra.
El sonido de los huesos quebrándose dentro de aquella espantosa mandíbula me estremece como si fuese el crujido de mi propio cráneo triturado. Mi instinto me traiciona y lanzo mi pica antes de tiempo. Escucho el silbido de la filosa vara surcando el aire, y el seco sonido que produce al clavarse en el árbol muerto y gris. Estupefacto, observo el retorcido tronco y el mutilado cadáver que yace abandonado ante él. Entonces algo pasa sobre mí, desplazándose por entre las altas ramas de los árboles. Sacudido por el pánico, doy media vuelta intentando ver lo que se aleja oculto tras el follaje, pero mi movimiento es torpe y arrebatado y caigo de espaldas sobre la húmeda hierba. Más allá, entre la oscuridad y la bruma, un golpe sordo me dice que Ella ha tocado suelo.
Me arrastro como un animal enloquecido hasta el árbol muerto donde se halla clavada mi única defensa, sin atreverme a darle la espalda a Aquello que ahora me observa desde las sombras. Mis manos tropiezan con un helado montón de carne, piel y huesos aplastados. Siento un escalofrío sacudir mi cuerpo. Arranco mi lanza del viejo tronco, y el bosque es sacudido por un rugido espeluznante. Un rugido, y pesados pasos cada vez más veloces y cercanos.
Apunto a la traicionera espesura, sabiendo que la Devoradora se arrojará sobre mí en cualquier momento. El nauseabundo hedor que la precede me sacude y lastima. Finalmente Ella aparece ante mis ojos, tan repulsiva y grotesca que nadie ha podido describirla con simples palabras. Pero bruscamente interrumpe su carrera, y su rostro deforme y feroz se contamina con una estremecedora mueca que, aun tan asquerosamente inhumana, evidencia tanto sorpresa como rabia incontenible. Ha visto los Símbolos. Es mi única oportunidad.
Mi arma parte ágil y certera. La Devoradora profiere un alarido de dolor ensordecedor, indeciblemente horrible, y en mi cabeza estalla una tormenta de imágenes arrancadas de los infiernos más remotos de la Creación. Cuando por fin Ella exhala su último aliento, mi alma abandona su frenético viaje a través de aquellos abominables mundos de pesadilla para volver a mi cuerpo.
El fétido cuerpo de Aquello yace a pocos pasos, y ya ha comenzado su acelerada descomposición. Sus jugos repugnantes humedecen y envenenan el suelo, maldiciéndolo para siempre. Unas horas más y habrá desaparecido por completo. Vomito una y otra vez mientras abro sus carnes corrompidas buscando el corazón, el cual debo comer para convertirme en un Cazador. Terrible es el esfuerzo que demanda, mas cumplo con mi cometido.
Regreso a mi hogar caminando por lúgubres y solitarias calles. Aquí ya casi amanece, y la fría brisa castiga mi cuerpo desnudo. Las pálidas luces de la avenida me hieren la vista, forzándome a caminar casi a tientas. Un automovilista me grita algo que no puedo ni me importa comprender. Ya frente a mi puerta escucho voces, familiares y amadas, y me dispongo a entrar. La Noche de los Cazadores ha terminado, y las garras del Horror me han dejado hondas heridas en todos los mundos.
Fuente
Axxon