25/10/18

Tejú yaguá




Fueron los indígenas guaraníes que difundieron la apariencia del satánico Teyú Yaguá y aseguraban que vive en unas tabernas debajo del rio Paraná, atento al cuidado de la selva y de los recursos naturales.



Esta es una historia de mí antepasado los guaraníes o avá, que significa ser humano, sucedió hace 5000 años en la tierra sin mal, registros encontrados en unas cavernas del departamento de Amambay, relatos de dioses, mitos y leyendas guaraníes.
Cuando se hace referencia al Dios de la teogonía guaraní, se piensa únicamente en Tau y Kerana y sus sietes hijos malditos, por su parte los Jesuitas utilizaron la imagen del El Tupã Tenondete, para relacionar con el Dios cristiano y desviar la original de los indígenas.
Teyú Yaguá es el primogénito de Tau y Keraná es parte de los sietes engendros de la leyenda de la alegoría guaraní.
Este es un lagarto perro, producto de una maldición realizada por Angatupyry contra Taú por seducir a su hija Kerana, y llevarlo a vivir con él.
La maldición hacía referencia al primer hijo de Taú, nacería un lagarto con siete cabezas de perro.

Un misionero Jesuita, tenía como misión recorrer la selva, su trabajo consistía documentar todo lo existente en la espesura, arboles, plantas, pájaros, animales, comportamientos indígenas, una cartografiar de la tierra, tenía el conocimiento de cada rincón de la selva , las posiciones de las fuentes de aguas, los esteros, lagunas, trazaba los caminos, dibujaba los animales, los insectos, el jesuita era muy conocido por los seres vivientes, al punto que se comportaban mansos con el moje, los pájaros le regalaban sus melodías, las libélulas sus hermosos colores, las mariposas posaban en sus brazos, los colibríes paraban su rápido andar para compartir algunos segundos con el hombre, así pasaban sus días sin mayores preocupaciones.
Al jesuita le encantaba su trabajo, salía a trabajar alegremente, disfrutaba su contacto con la naturaleza, y cada día descubría algo nuevo, no tenía idea que lo que estaba por descubrir cambiaría su vida para siempre.

Un día el Jesuita caminaba por los caminos estrechos de la espesura, al costado de un salto se hallaba una laguna de aguas dulces, el monje escuchó mucho barullo, un gran chapoteo en las aguas como si un pez grande estaba cazando para comer, pero debería ser muy grande por los ruidosos chapoteos, se acercó un poco más y diviso un gran movimiento de agua y vio un lomo verdoso, muy grande, podía ser manatí, pero parecía raro ya nunca había visto uno en la región, se acercó a la vera de la laguna, vio salir un pequeño teyu taragui del agua, este animal no podría causar tanto alboroto, llamo su atención su cabeza algo deforme, el animal manso se acercó al monje, este se encariño con el pequeño animal y lo puso dentro de una vasija de barro y lo llevo a su tienda de campaña.

Antes de salir a misionar se ocupaba de dar agua y pequeños insectos al pequeño teyu para que se alimentara, así pasaban los días sin mucho sobresalto.
Un día regreso a su tienda después de un largo día en la selva, entrando a su campaña, se encontró con un fornido muchacho, esbelto bien parecido, amable de palabras suaves , este saludo al jesuita como si lo conociera de toda la vida y lo esperaba en su aposento, el monje miro atónito la situación, pero no se atrevió a decir palabra, fue el joven quien rompió el hielo con su suave vos diciendo ¿quieres oro, plata y diamantes y mucha riqueza? ingreso nuevamente a la vasija de barro, solo debes de llevarme donde te indique, estando en esa situación se acercan un contingente de Jesuitas y encontraron al raro animal en poder del monje, el animalito salió corriendo y se perdió en la selva, el monje fue llevado ante las autoridades eclesiástica, fue condenado a ser castigado por tomar un especie de la selva, su trabajo consistía documentar las propiedades de la selva, nunca extirpar una especie de su lugar de origen.
En esa época se utilizaba castigo corporal, fue estaqueado a un poste en el patio del asentamiento, listo para recibir los azotes, antes del primer latigazo, la tierra se movió y se escuchó un fuerte trueno, fue tan fuerte y grande el movimiento, que se sintió en toda la aldea, ante tamaña situación entraron en pánico, se persignaron, se pusieron de rodillas y comenzaron a orar, para contrarrestar la ira del diablo que se manifestó en favor del ladino monje, que evito que sea castigado, los temblores eran muy fuertes que llegaron a pensar en la destrucción de la selva.
Los jesuitas rezaban y tiraban agua vendita, para echar a la entidad maléfica, antes las repercusiones del temblor de la tierra decidieron levantar el castigo al monje Jesuita dejándolo en libertad.
El monje jesuita huyo del asentamiento, entro en la selva en busca del indefenso teyú taragui, camino en dirección de la laguna de aguas dulce, en la mitad del camino hallo unos grandes surcos en la tierra, siguió las huellas hasta que hallo al animal, estaba muy cambiado de enormes dimensiones, el monje Jesuita subió en las espaldas del gigante animal, dejando grandes surcos en la tierra, se dirigieron en dirección del Paraná el animal cruzo a nado el imponente Paraná, desde ese día nunca se los volvió a ver. Las profundas grietas que abrió el animal en la selva misionera se convirtió en un riacho que comunica el salto del diablo con el rio Paraná.

El exilio de misterioso animal fue visto por cientos de indígenas, a su paso fue dejando evidencia de su tamaño hasta llegar al Paraná, el guaraní fue el testigo de la forma misteriosa del Teyú Yaguá, un lagarto enorme con siete cabezas, El que se hacía escuchar cada vez que los colonizadores abuzaban del pueblo Guaraní.

Fueron los indígenas guaraníes que difundieron la apariencia del satánico Teyú Yaguá y aseguraban que vive en unas tabernas debajo del rio Paraná, atento al cuidado de la selva y de los recursos naturales.
El Teyú Yaguá “señor de las cavernas” protector de los pueblos originarios y de los recursos de la selva misionera.

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