5/4/21

Diego Mizrahi - Songs of the rings (2006)

Diego Mizrahi - Songs of the rings (2006)

Diego Mizrahi - Songs of the rings - Tributo a J.R.R. Tolkien (2006)

01 - Sauron 
02 - El infierno de Tolkien 
03 - Vuelvo a mi tierra 
04 - Jinetes negros 
05 - El elegido 
06 - Marcha a Riverdell 
07 - El monte del destino 
08 - Una nueva era

Conductor musical: Diego Mizrahi, frustrado estrella de blues que se mete en cualquier proyecto en donde él cree que sus conocimientos de la guitarra eléctrica puedan dar lugar a su egocentrismo musical, que se pone a tocar con infumables como el mariconcito ese de Airbag.

El único tema que zafa es el primero, cantado por Claudio O´Connor, quien no parece haber puesto mucho esfuerzo en la letra. Lo demás es ejercicio execrable tipo "vean  cómo me masturbo con la guitarra" va entre el rock, el metal soft y el AOR.  

Participan (para darse cuenta de este mezclete) 

Adrian Barilari (Alianza, Rata Blanca) 
Martin Carrizo (Animal, Cerati) 
Marcelo Castro (Animal) 
Claudio O'Connor (Hermética, Malón, O'Connor) 
Walter Meza (Horcas) 
Norberto Rodríguez (Vago, Walter Giardino Temple, Quemar) 
Cristian Bertoncelli (Imperio, Renacer) 
Archi (La Mizrahi Blues Band)

En definitiva un ejercicio vale todo de guitarra, pierde trascendencia desde el listado de participantes. Un tipo se da a conocer con una banda de blues (intrascendente), con su propio (egocéntrico) apellido - La Mizrahi Blues Band - no promete mucho y cae a pique antes de empezar. 
Para colmo, es un proyecto auspiciado por el ciclo Music Expert.

Ahora un texto extraído de lospeoresdiscos, estoy 100% de acuerdo:

Existen varios tipos de bigotes, de los que se destacan el ultrafinito -una especie muy en boga en los años ’40, hoy sólo portados por habitués de agencias hípicas-, el motoquero, el represor, el prusiano, el excéntrico, el afrancesado, el grueso intimidatorio y el extra-grueso (o mostacho) -como el del ministro Aníbal Fernández-, que muchas veces oculta un mundo intrigante de posibles anomalías faciales.

Fuera de toda clasificación encontramos el bigote invisible, también llamado oculto, que no se percibe desde afuera, por crecer tupidamente hacia el interior de la cara, alcanzando y perturbando a las neuronas. No se ve, pero se percibe en la conducta del que lo detenta. El bigote, fuera de algún caso raro, siempre ha sido paradigma de formalidad, desafío y poder, pero asimismo, un adorno destinado a encumbrar o disimular una personalidad disminuida.

En la jerga “tumbera” se denomina bigote al individuo que imita los modismos del hablar carcelario pero que no responde en lo más mínimo a esas lides. A su vez, en el mundo del rock, se señala como bigotes a aquellas personas que aparentan tener “toda la onda” cuando en realidad no poseen ninguna. Algo muy aplicable a instrumentistas de jazz fusion, tango electrónico y power-trios, artistas de música para niños, organizadores de clínicas y “creativos” de jingles. Analizando ambas acepciones, podemos concluir que el bigote musical es sinónimo de simulación y engaño. En la actualidad, si se dice de un músico que “es bigote”, seguramente es porque está muy lejos del rock. Y ni hablar del metal…

A pesar de ser un hombre de rostro afeitado, Diego Mizrahi posee ‘bigote invisible’, propiedad que ha demostrado a lo largo de su trayectoria, colmada de conservatorios, clínicas y libros sobre técnicas, bandas para lucimiento personal, programas de TV educativos, más algunos dudosos trabajos discográficos, de los que se destaca “Song of the Rings: Tributo a J.R.R. Tolkien”, no precisamente por su calidad, sino por alcanzar la cúspide de la desmesura, el oportunismo y la futilidad.

Es justo reconocer que este guitarrista posee una técnica versátil para abordar varios estilos musicales, pero, con la misma contundencia, también es ecuánime concluir que no demuestra sentimiento, ni originalidad, ni personalidad en ninguno de ellos. Es lo que se conoce como “rallaquesos virtuoso”, justo en el límite más peligroso entre el rock pirotécnico y la nada.
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En 2002, Mizrahi, luego de tanta “pampa lucha al mango”, versiones pomposas de “Bésame mucho” y “El día que me quieras”, y trabajos de bajo “kilataje” creativo, decide apostar todo a un pleno y reunir para este ambicioso proyecto a todo un firmamento de “luminarias” nacionales, dispuestas a acompañarlo en la más pretenciosa de las fechorías de su ciclo “Music Expert”: el irritante tributo al creador de la trilogía de “El señor de los anillos”, el inmortal John Ronald Reuel Tolkien.

Este álbum zigzaguea entre la ampulosidad épico-sinfónica y la necesidad de impresionar al oyente, mediante vanos ejercicios de heavy metal ochentista, que Mizrahi evoca en una veta estilística tan olvidada como el portaligas de Elena Cruz, y recursos literarios tan ridículos que harían reír a mandíbula batiente a Carlos Escudé.

Diego toca, toca y toca su Washburn, y todos los bajos y teclados del álbum, excepto la batería -a cargo de Marcelo Castro y Martín Carrizo-, y las voces -cuasi heroicas y disparatadamente fatuas-, interpretadas por figurines como Claudio O’Connor, Adrián Barilari (Rata Blanca), Archi (Mizrahi Blue Band), Beto Rodríguez (Quemar), Christian Bertocelli (ex-Imperio) y Walter Meza (Horcas).
¡Por todo el mithril de Moria! Si esta gente dice plasmar la esencia de la Tierra Media, ¡yo vivo en el subte “B”!

Diego sigue “pelando”, “pelando” y “pelando”, a lo largo de las ocho fastidiosas y previsibles epopeyas sonoras de este “Song of the rings”, humillándonos en materia de tapping, uñeteo híbrido, finger picking, sweep picking, palm mute, escalas, armónicos, ligados, arpegios, vibratos y demás yeites propios del “nivel más avanzado” de fisico-culturismo musical, y mostrándonos por qué la tiene más larga que Petrucci, Malmsteen, Satriani, Vai y Morse juntos.

Un disco que envilece la reputación de Sauron, hasta convertirlo en un ojo en compota; que degrada al mago Gandalf, rasurándole los blancos cabellos y barbas hasta dejarlo como Alan Faena; que cachetea al pobre Frodo hasta hacerlo ver como un aguatero del club Ñuñorco; que doblega a Gollum, hasta retratarlo como un pobre jubilado de la mínima, y que muestra a elfos y orcos como floggers y emos. En suma, un trabajo que rebaja la obra de Tolkien a un simple telenovelón del Canal de las Estrellas mejicano.

Síntesis: Mizrahi sueña con tener su nombre en la puerta de un aula de la Berklee. Organicemos un petitorio para lograr tal cometido. En una de esas, se siente complacido, ¡y no edita un puto disco más!

"Dios" invitó al Pato Sardelli, de Airbag, a su programa, quien en un momento le dice: "No siempre se puede venir a tocar en vivo... acá hay bandas de verdad, músicos de verdad, siempre vas a esos programas que tocan en playback y es medio bajón, ¿no?".
Sardelli está acostumbrado a las bandas de mentira, como la suya, y a hacer playbacks, por eso se deslumbró tanto en esa ocasión. Mientras tanto, el ego de Mizrahi se elevaba hasta golpear la puerta del transbordador Columbia. (Sin que nadie quisiera abrirle, por supuesto.)

OTROS EJEMPLARES DEL MISMO TENOR: "Pampalucha - Music from the Pampas" (2002), "18 kilates" (2004) ó "Boomerang" (2007). ANTIDOTO: Yngwie Malmsteen - "Rising force" (1984).


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