viernes, septiembre 16, 2016

Punk, la muerte joven (2012)

Juan Carlos Kreimer - Punk, la muerte joven (2012)

Juan Carlos Kreimer - Punk, la muerte joven (2012)




Editora Vomitarte

Este libro fue fundamental en Argentina para hilvanar ideológicamente, las escasas noticias sobre el surgimiento del movimiento punk que se filtraban por entre las garras de la férrea censura de la Dictadura, a finales de los '70. Circulaba de mano en mano y "no se podía ser punk" si uno no lo había leído varias veces. 

Es una crónica que muestra con detalles interesantes, con testimonios únicos, las causas de la irrupción del movimiento punk en el rock y en la sociedad. Su autor, el escritor argentino Juan Carlos Kreimer, fue testigo involuntario del surgimiento del mismo, debido a su forzado exilio europeo.

Las primeras noticias de la existencia del punk en la Argentina empezaron a darse en el año 1980, en el correo de lectores de la revista Pelo. El punk empezó a germinar por las grandes ciudades: Capital y Gran Buenos Aires, Rosario, La Plata, Córdoba, Mar del Plata. 

Se formaron más de una quincena de grupos, pero fueron tres las bandas más representativas: Los Laxantes, Los Baraja y Los Violadores. Paralelamente, brotó una tupida y diversa new wave. Los graffitis inundaron las paredes, surgió el teatro underground; también, lugares donde comprar desde ropa hasta discos: M-57, Rock Show y la galería Bond Street. En la radio, programas como 9PM, El Tren Fantasma o Cuero Pesado, empezaban a pasar canciones de grupos punks extranjeros. El primer fanzine (llamado Vaselina), se agotaba en los gigs. Como acá no existía la cultura del pub, las bandas solían tocar en discotecas o en clubes de barrio, lugares que por distintos motivos, resultaron muy hostiles. Así y todo, aparecieron un puñado de pubs por donde se afianzó la movida; lugares donde las cajas de Tamilán (anfetaminas) quedaban tiradas y vacías en la puerta de entrada.

Lo que para el punk inglés fue el año 1977, para el movimiento punk argentino lo fue el año 1982. En ese año, hubo masivas manifestaciones contra la Dictadura duramente reprimidas (con heridos, detenidos y muertos), invasión a las Malvinas, derrota y caos social; crecimiento exponencial de la deuda externa; salida a la luz de los Desaparecidos y los campos de concentración; etc. 

Entre otras cosas, el 16/5 las discográficas -ante la prohibición de pasar música en inglés- organizaron el Festival de la Solidaridad, en apoyo a la guerra (y para poder seguir vendiendo discos). La comparsa rockera asistió gustosa; no faltó ninguno. A cambio, recibieron difusión total por radio y TV. Después de haber sido perseguido, censurado y hasta acusado de subversivo, el "rock nacional" pasó a ser prácticamente un ministerio. A contramano de la corriente, en el mes de Mayo (plena guerra malvinera), Los Violadores graban su disco debut, verdadero mojón del punk argento.

Mientras tanto, en el primer mundo y ante la rápida asimilación que del Punk hizo el Sistema se volvió necesario refundarlo, regenerarlo, reciclarlo. Los jugosos contratos que consiguieron bandas como The Clash, Sex Pistols o The Ramones, fueron también sus lápidas. Así nació el Hardcore, la segunda embestida punk, de la mano de bandas como The Exploited, Black Flag, GBH, Discharge, etc., donde muchas (como los californianos Dead Kennedys o los británicos Crass) crearon sus propios sellos alternativos, un paso más allá en la independencia de las grandes compañías discográficas y toda su manipulación.
Haber sembrado tantas semillas de autogestión e independencia en el rock, le permitió al movimiento punk potenciarse aún más con la aparición de internet, hasta el punto que ya existe una nueva "categoría social", el cyber-punk. 

Mientras que a la poderosa industria musical, la posibilidad de comprimir archivos de música e intercambiarlos por la red le asestó un golpe mortal del que no se recuperó jamás. Discográficas multinacionales que desaparecieron o debieron fusionarse, miles de despedidos, pérdidas millonarias y desmoronamiento de un mercado que se refleja, por ejemplo, en que casi no quedan personas que puedan recordar cuándo fue la última vez que compraron un disco. La lucha continúa.


Punk, la muerte joven

Por Claudio Zeiger

Fuente Página 12

El tiempo pasa y el punk no pierde brillo ni interés. Y persiste, como ciertos misterios, hasta ser un clásico, un clásico del eterno retorno. La reedición de Punk la muerte joven de Juan Carlos Kreimer permite asomarse una vez más a la poética de las flores marchitas en los basureros.

Lo más interesante de la mirada de Kreimer es el cruce entre el cronista espontáneo y el antropólogo urbano, que hurga con seriedad en las fuentes de un fenómeno que va más allá de lo musical, y hunde sus raíces en las grietas del capitalismo avanzado. El resultado es vívido, lírico y no desdeña un toque de estudioso académico. Y todo sobre un gran tema, un capítulo del romanticismo not dead. Kreimer (el hombre justo en el momento justo: Londres, 1977) fue uno de los primeros en descubrir las conexiones del punk como sensibilidad reactiva con la poesía podrida de Charles Bukowski (lo que implica acentuar que el punk es una actitud, algo que permite sin contradicciones señalar que Bukowski es un viejo punk). Pero tampoco desdeña indagar en la tradición musical del punk rock, lo que lo llevó a historizar la movida de los pioneros, en los años ’70 en los Estados Unidos.

Punk la muerte joven oficia hoy en día como uno de esos libros cuya dirección ostenta Kreimer: la colección “Para principiantes”. Y no por básico sino porque a pesar de estar sumergido en pleno bardo (vivió en Londres entre 1976 y 1979), no renunció a la toma de distancia para mejor calibrar su objeto de estudio; en el fondo, da la impresión de que un instinto sudaca lo llevó a desconfiar del maquillaje, la oscuridad y la parafernalia del no future, tratando de rascar la superficie para ver qué hay debajo; atraído y repelido por partes iguales, el autor logra un más que interesante equilibrio en el punto de vista, y no desdeña arriesgar una visión sociológica que engrandece el interés de este libro, como cuando, por ejemplo, afirma que “el pensamiento punk es tremendamente realista respecto de su época y sus escenarios. No aparece en un país subdesarrollado ni en un momento de esplendor económico. Se origina en el patio trasero de las ciudades más ostentosas del mundo occidental, cuando ya parecen haberse probado todas las ‘soluciones de transición’ y ninguna ha funcionado. Ese realismo nutre al rock de punkitud y lo transforma en importante para los jóvenes. Arte de síntesis, capaz de absorber todas las informaciones sociales, las organiza, transforma y reintegra cantadas. No es casual que su público (creadores y consumidores) esté integrado por los más jóvenes: son los más fértiles para sensibilizarse con su energía”.

En fin, que si el punk fue (o es) uno de los movimientos contraculturales más inteligentes, merecía miradas lúcidas, que no sucumbieran a la nostalgia por tiempos mejores ni relegara la crítica a aspectos superficiales. Aunque suene a contrasentido, Punk la muerte joven ha tenido, si no una larga vida, al menos una más que digna sobrevida.

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