Autor: Felipe Pigna
En una época bastante lejana se mataba o se moría por “el honor”. Así se describía la ofensa recibida a veces al buen nombre y muchas otras al orgullo de “caballeros” que decidían batirse a duelo. La costumbre fue introducida en la península ibérica por los cartagineses, reprobada por los romanos, regulada por Alfonso X en sus Siete Partidas, limitándolas a los “fijosdalgos” para evitar la pérdida de siervos; y finalmente prohibida por los reyes católicos en 1480. Pero la práctica subsistió y se trasladó América.
Uno de los primeros que se recuerdan, que tuvo como protagonista a un compatriota, el coronel José Moldes, se produjo en Madrid, mientras el futuro guerrero de la Independencia participaba de un banquete y se sintió molesto por el brindis de un enviado de Napoleón que gritó a los cuatro vientos que el Emperador podía someter a España y todas sus colonias cuando quisiera. Moldes le contestó que la cosa no sería tan fácil en Buenos Aires, ya que los ingleses lo habían intentado dos veces sin éxito en 1806 y 1807. El francés se ofendió y de allí pasaron al duelo en el que murió el francés.
La Logia Lautaro reguló los duelos para evitar que se perdieran vidas valiosas para la causa, como el duelo entre Soler y O’Higgins, que fue desaprobado para preservar a dos hombres clave para los planes independentistas. En la literatura gauchesca el duelo aparece frecuentemente, siendo uno de los más célebres pasajes el duelo a cuchillo entre Martín Fierro y el moreno.
En el último cuarto del siglo XIX comenzó a ponerse “de moda” el duelo en Palermo que se convirtió en una especie de “campo del honor”. La mayoría de los duelos se pactaban a sable aunque también se practican a pistola, en ambos casos a la “primera sangre”.
Uno de los duelos más recordados por sus connotaciones políticas se produjo en 1894. El interventor de la Provincia de Buenos Aires, Lucio V. López, hijo del célebre historiador Vicente Fidel López y nieto del autor del himno, Vicente López y Planes, descubrió que un alto jefe militar, el coronel Sarmiento, pretendió cancelar una deuda por la compra de unos campos en Chacabuco simulando un pago fraudulentamente. El interventor López le inició una acción legal y el coronel Sarmiento se defendió en cartas a los grandes diarios de la época y en discursos públicos calumniando a su acusador.
López decidió renunciar y volver a sus cátedras de derecho. La justicia se negó a detener a Sarmiento por su “alto cargo militar” y el coronel envalentonado convocó a una especie de mitin en un conocido restaurant porteño donde, a los postres, agravió al funcionario que sólo había cumplido con su deber. Al día siguiente, al leer los insultos en la prensa, López retó a duelo al autor de la maniobra fraudulenta. El duelo se llevó a cabo frente al hipódromo nacional a las 11 de la mañana. Como era de esperar, la pericia armamentística de Sarmiento prevaleció junto con la injusticia y López falleció pocas horas después por los disparos recibidos.
Hubo grandes duelistas como Lucio V. Mansilla, que recurría al desafío reiteradamente, y Alfredo Palacios, que continuó batiéndose a pesar de una dura sanción impuesta por el Partido Socialista, que consideraba al duelo un vicio burgués y ególatra. En cambio, su compañero Mario Bravo, rehusó batirse con el entonces legislador y futuro golpista, José Félix Uriburu.
Lisandro de la Torre se batió a duelo con su entonces correligionario Hipólito Yrigoyen por diferencias graves en la conducción partidaria. Don Hipólito no sabía esgrima y contrató a un profesor para la ocasión. Lisandro, en cambio, era experto en la disciplina, pero debió tomar lecciones de esgrima para poder aprovechar los centímetros de diferencia del largo de su brazo.
El duelo se concretó el 6 de septiembre de 1897 y duró más de media hora al cabo de la cual, paradójicamente, Lisandro presentaba heridas en la cabeza, en las mejillas, en la nariz y en el antebrazo. Luna dice que Lisandro de la Torre se llevó por delante la punta del sable de Yrigoyen y que éste también estaba sangrando mientras que Yrigoyen resultó ileso. A partir de entonces Lisandro comenzará a usar su barba rala para disimular las marcas de aquella disputa con don Hipólito.
Años más tarde Lisandro volvería a batirse a duelo. Fue después del acalorado debate de las carnes en el que presentó pruebas incontrastables del escandaloso negociado que involucraban a dos ministros del fraudulento gobierno del general Justo con maniobras fraudulentas de evasión impositiva en beneficio de frigoríficos ingleses y norteamericanos y la respuesta del gobierno fuera el asesinato de su compañero de bancada, Enzo Bordabehere.
La misma noche del crimen y ante las acusaciones fundadas de Lisandro; Duhau y Pinedo, haciendo gala de una falta de humanidad inconcebible, retaron a duelo a De la Torre. Don Lisandro rechazó el reto de Duhau porque dijo que el duelo debía ser entre caballeros, condición que no reunía el tal Duhau. Aceptó el duelo con Pinedo que se concretó en Campo de Mayo el 25 de julio de 1935. Un De la Torre profundamente dolido y desconsolado por el asesinato de su amigo tiró al aire mientras que Pinedo le apuntó a la cabeza a su contrincante, pero falló. Terminado el desafío, ante la pregunta del director del duelo, el general Adolfo Arana, si deseaban reconciliarse, Pinedo se negó y De la Torre contestó que nunca habían sido amigos así que no podían reconciliarse.
Fue uno de los últimos duelos famosos que se dieron en Buenos Aires, pero los otros, los menos notables, siguieron perpetrándose, generalmente en “la casa del Ángel” en el barrio de Belgrano. En la mansión del doctor Carlos Delcasse se dice que hubo más de trescientos duelos. Aquella polémica costumbre hoy parece cerrada por duelo.
Fuente: www.elhistoriador.com.ar